martes, 27 de noviembre de 2007

A nuestros queridos nietos

Paseando por Pineta
entre la frondosidad del bosque
un bicho vimos saltar,
un ratoncito? una rana?
"Qué cosa es?", dijo abuela
comenzando a sospechar
que lo que vimos no era
ciertamente un animal.
Pronto salimos de dudas,
un duendecillo travieso,
Elfo por mejor señal,
bajo una seta apoyado
se reía a carcajadas
de nuestra perplejidad...
No se lo digais a nadie,
no se van a creer,
sólo de niños y abuelos
los Elfos se dejan ver.

Torla. Octubre 2002

ASTORGA - Años '30 (4ª)

Bueno, bueno.... en la plaza de San Julián, también conocida como "plaza de los cacharros", al lado del "jardinillo", y de “la casa del mejicano” (que tanto me imponía) me parece que vivía Tayo (Santiago). También en una casa del jardinillo, lindando con el paseo de La Muralla, vivió mi amigo Pepín Blanco, primo del también entrañable Fernando Blanco de la Ferretería de la plaza Mayor, ambos afectivamente recordados. Allí también estaba La Funeraria de Pepe cuyo hijo, Pepín, montaba a caballo.

La fábrica de fideos también formaba parte del círculo al que tenían acceso las calles Rodríguez de Cela donde estaba ubicado el Cine Asturic, antes Círculo Católico, del que tendremos que hablar por separado, así como la calle hoy de Gabriel Franco. Allí, cerrada la Iglesia de San Julián, cuya espadaña era agredida frecuentemente por las piedras que pretendían dar a las campanas, piedras que en ocasiones herían brutal y justamente nuestras cabezas al regresar al punto de partida, a similar velocidad de su salida. Para eso estaba después el yodo, (para mayor precisión la tintura de yodo). Algunos decían que para que la herida dejara de sangrar era bueno echarle azúcar (?). Las grapas metálicas como “puntos” o los zurcidos necesarios eran las soluciones definitivas que te aplicaban en el Centro de Higiene, algo más arriba de la Escuela de Trabajo, tras la tonsura pertinente que despejaba la herida del vello ensangrentado.

El Jardinillo, donde un invierno mi hermanito pequeño cayó de cabeza al pilón, bajo mi responsabilidad, (parece ser, por las azotainas recibidas confirmatorias del caso). Aquí, por estos lugares, se celebraba los martes parte del mercado. La cacharrería ocupaba el lado derecho de la fachada de la iglesia en la misma plazuela, donde se vendía todo tipo de objetos de barro. Tarteras que se decía de “Perigüela” (Pereruela). Botijos, cazuelas, escudillas y unos botijos pequeños que a los rapaces nos gustaban mucho pues, llenos de agua, soplábamos fuerte por la boca de llenado y por el pitorro salía el agua con un ímpetu increíble, por lo que celebrábamos batallas. Otros cacharritos con agua permitían hacer trinos como los pájaros. Barrilas, tiestos y cazuelas para las sopas de ajo. Todo ello en el barro rojo en parte barnizado. Las tarteras de “Perigüela” tardaban en cocinar lo que más tarde en enfriar. En este lugar también se podían adquirir pollos, gallinas y gallos tomateros. En la Navidad los pavos también se ofertaban para la comida del día venticinco, pues en Nochebuena, dado que era vigilia, la lombarda, besugo, pulpo o el congrio abierto eran las especialidades habituales.


A propósito de las noches navideńas que solían prolongarse con los turrones, los pequeñajos podíamos oir cantar los gallos, pues era muy frecuente la existencia de corrales en aquellas viviendas: "Ki, Ki Ri, Ki" que nos traducían con las mismas sílabas por "Cris-to Na-ció". Vivíamos en un mundo favorecido para la imaginación y seguro que le sacábamos partido en lo religioso y en lo cotidiano del vivir en la ciudad, tanto por los chismes que podías oir, las películas que vieras y circunstancias anómalas. Tengamos en cuenta que por entonces muy pocas casas disponían de aparato de radio y el cine, tebeos y novelas eran las fuentes donde nos surtían de aventuras de todo tipo. Las novelas y películas de amor carecían de interés para los chicos. Esto seguro.


A la plaza de los cacharros acudían en ocasiones los charlatanes o vendedores de coplas; de estos últimos podía ser una persona invidente haciendo sonar cualquier desafinado instrumento acompañado por quien ofrecía alguna octavilla o pequeño librillo de mayor contenido musical a precio más que razonable. En el mejor de los casos se presentaban láminas coloreadas enrolladas que en toda su superficie tenían relación con el dramón que se cantaba. Con un manubrio se procedía a cambiar de escena. A la gente le gustaba, pues siempre un público atentísimo rodeaba la presentación. Alguna de aquellas canciones la oí repetidas por alguna hacendosa fámula que más o menos decía así: "No lo mataron los guardías ni tampoco los ceviles – que lo ha matado una nińa que tenía quince abriles. Que tenía quince abriles con dieciseis primaveras..... Vente conmigo morena a la vińa de mi abuelo y debajo de una parra te diré lo que te quiero. Te diré lo que te quiero y lo que te quiero es tanto que por ti duermo en el suelo y de cabecera un canto". No se puede pedir más. Me río yo de Locura de Amor.


Los charlatanes eran otra cosa. Tambien rodeados de numeroso público expectante, con aquellas ofertas de plumas estilográficas o cuchillas de afeitar..."Apartaos chavales que me vais a tirar la mesa..." Luego continuaba con aquellas cuchillas que al afeitarte sería como si una mano femenina te acariciara dejando la cara como el culo de un recien nacido. "Este paquete de seis hojas podía costarte en el comercio... pues aqui ni treinta, ni ventinueve, ni ventiocho, ni ventisiete... así hasta diez y los cinco primeros se llevarán de regalo este frasco de colonía, nectar de las flores de Valencia, Valencia jardín de España". Mientras, en las cercanías, un mástil de tres o cuatro metros de altura con todos los colores del arco iris, deambulaba por el mercado acompańado de su portador que decía a peseta el tirón, aproveche la ocasión. Y la gente se llevaba la cinta del color que le gustaba. Mientras en la plaza de Santocildes con la mezcla de todos los olores vegetales, lácteos y demás, los puestos con aquellos toldos blanquecinos quemados por el sol, sostenidos por un mástil vertical que a su vez tenía dos palos gruesos cruzados en su parte superior sobre los que se asentaba el toldo.

martes, 20 de noviembre de 2007

ASTORGA - Años '30 (3ª)

Había un chico que venía los inviernos de Argentina a pasar sus vacaciones en Astorga; puede que fuera pariente de la familia de la mercería El Cielo. Aquel muchacho “disfrutaba” dos inviernos al año. En cierta ocasión, jugando con otros chicos, le rompieron el abrigo y camino a casa explicaba: “Vengo de jugar con los pibes, me han roto el saco y ahora voy al negosio
No he dicho que en la acera de la quesería estaba la pescadería La Coruńesa, antes de llegar al Cine Velasco, de la familia Gómez (procedentes de Vega de Magaz).. Un descendiente, Emilio Pedro, astorgano, lo tenemos en Zaragoza, donde ha publicado varios libros, incluso premiados, en los cuales lo poético prima y, aunque lo niega, una muda nostalgia se deja sentir en sus escritos.

En esta misma calle se situaba la Barbería que no recuerdo otra cosa que la Bacía colgada fuera, sobre la puerta de entrada, como anuncio que el cierzo agitaba acompañando su metálico sonido..Para entrar había que subir al menos un escalón. Afeitaba a mi abuelo y me cortaba el pelo a mi y hasta puede que le hiciera la tonsura a mi tío Amando, sacerdote en Rectivía.

Al finalizar la calle, en el cruce con Manuel Gullón, había otro sastre que al menos tenía dos hijos de cuyos nombres no me acuerdo; él se llamaba Valentín. Uno de los chicos sería de parecida edad a la mía.

Geográficamente más o menos era el entorno donde me movía, al menos siendo pequeñajo. Teniendo tres años tenía un hermano, que entonces le llamábamos Lelis, de Aurelio y los cuatro juntos, padre, madre y los dos críos, en el buen tiempo cenábamos temprano para salir luego a pasear por el Jardín, yo andando, claro, y mi hermano en la silla de ruedas.

De regreso, supongo que a las doce de la noche, íbamos a la Plaza Mayor, donde los serenos alineados frente al Ayuntamiento cantaban (?) cuando los dos maragatos finalizaban los seis mazazos a la campana, correspondientes a cada uno. Partía cada sereno a la zona de su competencia, chuzo en mano, un aro cargado de llaves, gorra y guardapolvo gris. Recuerdo de alguna vez desde la cama oir “las cuatro en punto y sereno” ó “lloviendo” y, en cierta ocasión que tenía mucha fiebre (puede que con la escarlatina o sarampión, pues tenía en la habitación casi a oscuras una miserable luz roja encendida permanentemente) a las tantas de la noche sentí a mi madre llamar al sereno : “Sereno, por favor, avise a D. Miguel que tengo al niño muy malínD. Miguel, el médico que vivía junto a la plaza de San Julián, cerca de la funeraria de "Pepe el fúnebre".

Ese día, aún hoy, lo tengo clavado en la cabeza en recuerdo permanente. Resultará cómico, pueril y desde luego increíble; pero ese día fue cuando "le ví" paseando de un lado al otro sobre el armario de luna frente a mi cama, con las manos a la espalda, por piernas las patas de cabra, arrastrando rabo incluido y un "je, je", con una especie de mueca por sonrisa cuando me miraba maliciosamente, como no podía ser menos.... Tan pequeño era que tenía que dar media docena de pasos para recorrer tan reducido trecho. Nunca me hicieron caso cuando lo conté. La fiebre hace ver visiones, repetían. Pasados los años, estoy convencido de que aquella aparición era el Asmodeo, demonio travieso para unos, ese que te cambia las cosas de sitio en la casa y que te marea con esos cambios. Para otros es uno de los demonios más crueles. Curiosamente, tan niño no le tuve ningún temor. Que se jeringue! Ya de mayor dudé que un canijo así pudiera castigarlo Dios trabajando en las obras del Templo de Salomón.

Los serenos prestaban muchos servicios aparte de la protección de viviendas y negocios; abrían las puertas, te llamaban a la hora de tomar el tren y, de vez en cuando, podían darte la hora y la situación metereológica. En Navidades te felicitaban las Pascuas, en cuyas tarjetas podía haber expresiones rimadas de su puntual servicio cotidiano.... y solían recibir el correspondiente aguinaldo. Había una canción que no se si hacía referencia a estos vigilantes nocturnos: “por la carretera sube ¿Quién sube? ¿Quién sube? Facundo con el farol…”, continuaba, claro, pero no sé como.

Debió suceder algún hecho extraordinario por aquellos tiempos con respecto a la aviación y al ferrocarril, pues recuerdo otra canción que decía más o menos: “El tren que corría – por la ancha vía – que pronto se fue a estrellar- contra un aeroplano – que andaba en el llano –volando sin descansar. Todo esto sucedía – sin saber como ni cuando – y la máquina seguía – pita, pita caminando.” Otros cambiaban el final por “siempre castañas asando”. No me cabe la menor duda que debían referirse a Riancho, con su máquina de funcionamiento invernal de varias bandejas escalonadas. La de abajo era donde se asaban y el resto donde permanecían calentitas, para servir de inmediato. Podías acudir por una perrona de castañas para sus dos fines obligados: calentarte las heladas manos y disfrutar del sabroso producto berciano o gallego, por otra parte generador de los gases correspondientes. Había muchas casas que disponían de tambor giratorio para los magostos caseros a los que se acompañaba con vino.

Recuerdo de una señora que había venido del Puente Domingo Flórez, de donde procedía mi abuela Higinia, a visitarla y habiéndole servido unas castañas simplemente, con la sorna correspondiente le dijo “¡Ay, Higinia!, las castañas con vino te están muy buenas”. Seguro que a mi abuela le faltó tiempo para traer una jarra de las de Jimenez de Jamuz con el correspondiente morapio.

Estas visitas eran frecuentes, cuya parentela solía ser portadora del aguardiente de su tierra, más conocido por “cuturrús”, que se reservaba en las casas para los dolores de barriga y de muelas, por lo que había quien estas dolencias las padecía con menos dolor del requerido por la “crónica enfermedad”. Sí que este licor, producto de la destilación del hollejo de la uva, tenía,( y tiene) una gran aceptación con las queimadas, sus ritos y conjuros. Algo que siempre me intrigaba, el ver a los fumadores humedecer en las reducidas copas con el ardiente licor, la faria que fumaba por la parte que sostenía con los dientes. Tres compañeros inseparables, el café, la faria y el aguardiente; éste, con tantos nombres como uno quiera discurrir: Lanzallamas, agua de fuego, orujo o Aguardiente Eau de Vie (tengo un envase petaca que lo puede confirmar).

ASTORGA - Años '30 (2ª)

No he referido totalmente cuando nací y creo necesario indicarlo, para lo dicho y por contar que ello puede ser razón para entender un poco aquellos momentos que nos tocó vivir: Enero de mil novecientos treinta y dos (ayer.... como quien dice).

Cuando empezaron en serio las bofetadas en “este pais” (que ahora se dice con cierto rubor vergonzante), tenía el rapaz cuatro añitos. Ya desde los tres asistía a la Milagrosa, donde Sor Mercedes y, más cerca de mi, Sor Merceditas, que me enseñó a leer con el Silabario, Catón y el Rayasmi mamá me ama, amo a mi mamá”….....

Pongamos las cosas en orden.... Estaba en las cuatro esquinas, de los Juanes y una Juana. Cruce de calles. Por San José de Mayo tenía su entrada la casa de otro Juan, Alonso Botas, padre que fue de numerosa familia; trece hijos, según me aseguró su nieto Juanín Alonso, amigo entrañable que con mucha frecuencia nos encontramos y, añorando recuerdos, desmenuzamos la memoria en detalles prolongando las charlas. Insistimos y los nombres Melitón Amores, Pedro Martínez Juarez, Leopoldo Panero, José María Goy, “Isidro”, Luis Alonso Luengo, Juan Aponte, Moisés García Torres y otros muchos preclaros personajes de las mismas épocas y más contemporáneos; intercambiamos en sucedidos, ponderaciones y acontecimientos que de alguna manera impactaron en nuestra frágil y tierna existencia.

Sigamos con la casa donde también habitaron, por entonces, los Santamaría; creo que eran primos de Juanín, dos chicos, y dos chicas: Matilde, Juan, Olvido y Eduardo. Los bajos de la fachada que daba a Manuel Gullón albergaban una institución denominada Auxilio Social, donde señoritas astorganas con uniforme blanco, especie de mandilón, asistían a esos comedores a servir a los allí auxiliados. Recuerdo que una de ellas se llamaba Encarnita que en mi nińez me parecía muy guapa.
Entraremos en detalles de estas calles; pero aún me queda por referir la casa donde vine al mundo, donde habitaba mi abuelo Juan Antonio Fuertes con familia casi comparable con Juan Alonso, uno menos, doce, prole de doce hijos; seis varones y seis féminas, en ese órden de absoluta simetría. Sastre él, especializado en ropa talar donde las sotanas, manteos, dulletas y otras prendas arropaban al clero diocesano. En los bajos de la casa se ubicaba la sastrería donde Carmen, la oficiala, prestó sus servicios durante muchos años en compañía de mi tío Jesús, que vino a ocupar el lugar de mi abuelo cuando éste perdió la vista.

El portal de la casa, grande y empedrado, con guijarros pequeños, formando volutas y figuras geométricas, no presentaba la modernidad de las dos casas anteriores, aunque tenía un atractivo rústico que para hoy lo quisiéramos.

Calle Manuel Gullón, empedrada con cantos rodados, con simples dibujos inclinados al centro de la calle, facilitando la posibilidad de que las aguas pudieran discurrir. Pavimento que trasmitía el ruidoso traqueteo del carro de la basura (de Negro?) o de los de tracción vacuna acarreando los haces de urces que pregonaban para su venta y que, con una bilda, pinchaba en lo alto del carro el hombre, siempre acompañado por una mujer menuda con humilde vestimenta y pañuelo oscuro a la cabeza, que con su ahijada conducía las vacas arreándolas o detenía según lo deseado. Carros que posiblemente recorrieran bastantes leguas desde Foncebadón o Rabanal o Manjarín o sabe Dios que lugares dejados de su mano.
Mi calle, que del número dos pasé al cuatro saltándome una pequeña relojería; luego venía el silletero y en el primero y último piso.... allí habitamos con mi madre y hermano pequeño, mientras nuestro padre andaba zurrándose la badana con diestro y siniestro (seguro que entre hermanos) por Teruel o el Segre..

En el número seis el señor Miguel, el zapatero; también de mucha parentela, aunque sólo recuerdo a uno de sus hijos que llamaban Pipo. ¡ Cómo me gustaba el olor de la pez y la suela mojada que luego era machacada con el martillo especial !. El seńor Miguel, sosteniendo un montón de puntas en sus labios; una a una las iba clavando en la suela rematando el trabajo; o la lezna atravesando el cuero que luego ocuparían los cabos encerados presionados con ambas manos, protegidas por una badana oscura…Allí sentado pasé muchas horas admirando su trabajo. ¡ Cómo me alegra recordarlo !

Subiendo hacia Correos, un edificio más moderno, con miradores espléndidos. Allí estaba la peluquería de Jacoba y también vivían en esa casa una señora de nombre Elena, familia probablemente de los Botas; me parece recordar que era asturiana y fumaba. Su cigarrillo era un complemento de distinción, tal era su estilo; y el entonces teniente de la Guardía Civil, Mielgo, que tenía tres hijas de las que recuerdo los nombres de Manolita y Merche. No recuerdo el nombre de la mayor. Creo que procedía del Puente Domingo Flórez.

Inmediato a este edificio la pastelería de Taquio, donde los huesos de santo, buñuelos de viento y las cajas redondas con serpientes de mazapán, reclamaban nuestras golosas miradas.

La acera de enfrente, al lado de Auxilio Social, estaba la imprenta de Domingo Sierra, que tenía dos hijos; uno se llamaba Domingo, como su padre y (creo) la hija tenía por nombre Olimpia (amiga de mi tía Manolita). En esta imprenta comprábamos plumillas de la corona y los frasquitos de tinta Pelikan Waterman o Sama, incluso el papel higičnico “El Elefante de 500 hojitas”. En el número cinco estaba instalada una hojalatería donde nos entusiasmaba ver cómo se estañaban las hojas de lata de regaderas, faroles y otros útiles de uso ordinario con la candileja calentando la “peña”, para con ella soldar; también con el olor característico del ácido que, sin duda, serviría de orientación al ciego Evencio, golpeando el suelo con su cacha para denunciar su presencia.... Evencio, ¡ qué persona tan amable ! Cuando hablabas con él, sus ojos entornados hacia el cielo como si sólo a Dios pudiera ver....

En la planta superior habitaba la familia de José Luis Martín Descalzo y en su interior un pequeńo jardín. Cuando entrabas allí, algún eucalipto te calaba lo más hondo de los pulmones con su fragancia. Recuerdo que un verano, por razón que nunca supe, José Luis me soltó una "chuleta" de campeonato. Puede que algún chaval llamara a su puerta y echara a correr, manía usual que yo pagué sin comerlo ni beberlo (el primero que encontró a mano como sospechoso). El caso es que yo visitaba aquella casa con frecuencia. Creo que en los bajos de esa casa, después de la hojalatería se instaló un Banco, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León o el Banco Urquijo.

Algo más arriba, la mueblería de Perandones; probablemente fuera el primer establecimiento que en Astorga instaló un anuncio luminoso, que se estrenó una Semana Santa.

Por Prieto de Castro, a la derecha, la confitería de la citada Carola, cuyos bollos de canela nunca imaginé que pudieran llamarse así: bollos, pues sus formas eran de galleta, muy rica, pero galleta.

Al final de la calle, casi entrando en la plaza , a mano derecha, la farmacia de Consuelo, donde daban viseras de color rojo con la propaganda de Ceregumil, aunque a los chavales, por pesados, no nos hacían mucho caso (se las daban a mayores que eran los que compraban las Juanolas, el Fósforo Ferrero o los litines del Dr. Gustín).

Entrando en la plaza y tomando la calle Pío Gullón a la izquierda, teníamos la carnicería de la familia Cuellar, La Modernista, con Paco, algo mayor que yo, de la quinta de Juanin “Botas”. La mercería El Cielo, Luis el de la Droguería La Española, Foto Bueno, más tarde La Flor y Nata y Casa Pizarro. Por allí vivían las familias Nieto y Mirantes, Luis el de la droguería junto al Callejón, en tiempos de La Estudiantinacompuesta por Cacharrón, Gómez, Abrahan Castrillo y otros muchos; Luis Prada también estaría metido en estas danzas de Los Macacos.

Pío Gullón en el cruce con Alonso Garrote.... en esa esquina estaba la quesería donde colgaban piezas de pulpo curado. De este cefalópodo se decía que el curado se duplicaba al cocerlo, el de media cura tal cual; pero el fresco se reducía a la mitad. Yo no sé como era el de La Peseta, La Matilde y otros lugares restauradores, pero era riquísimo. Claro que del pulpo se decía que era un alimento cuya digestión podía durar ocho días y que beber agua con él era muy peligroso. Habiendo vino “de la tierra” no había cuidado.

Al final de la calle estaba la zona de reclutamiento o Caja de Recluta y un Café enfrente, cuya denominación un tanto despectiva dejaremos en la reserva, donde los chicos de trece años ya alternábamos tomando “un manchao” y jugábamos al billar ruso. Terminaba la calle frente al Hotel Roma

domingo, 18 de noviembre de 2007

ASTORGA - Años '30 (1ª)

Uno vino al mundo en la refrigerada Astorga y, para mayor frescor, en el mes de Enero. Una de las cuatro casas que formaban el enclave de los Juanes, ese cruce de calles entre Manuel Gullón, Prieto de Castro. San José de Mayo y la que iba a la plaza de San Julián o de los cacharros, (creo que hoy se denomina G. Franco) y que conduce a la Iglesia de Fátima. Las cuatro casas tenían sus fachadas a dos calles y precisamente el número dos de Manuel Gullón, donde habitaba mi familia, también daba a Prieto de Castro. Esa habitación fué mi primera cuna.

Dicen que nací frente por frente donde vivía Doña Juana Araujo y su sobrina Magdalena, sordomuda que me hacía monerías desde su mirador e intentaba hablar tratando de vocalizar con movimientos exagerados de su boca y sonidos guturales (posiblemente producto de la enseñanza en el difícil esfuerzo por hacerse entender); había sido condiscípula del hijo del rey en el mismo centro de enseñanza para sordomudos.

Según cuentan, yo era de las pocas personas que la entendía y fui beneficiario de alguna perrona que me propinaba de vez en cuando, que luego invertiría en una onza de chocolate o bollo de canela en La Felicidad, confitería que regentaba Carola, de los Manrique de la Muralla, a quien, parece ser, también le caía bien. No me cabe la menor duda que Magdalena era monárquica; razones de afinidad tenía para ello, hasta el punto de “entorcharme de atributos reales” de tal modo que salía a la calle cantando (con tres años) “por Dios, por la Patria y el Rey murieron nuestros padres…o Juventudes católicas de Espańa, galardón… etc “ El horno no estaba para bollos, quede claro. Las propias familias podían estar divididas por ideas antagónicas y pronto llegaría el desgraciado momento de liarse a palos… "¡Un rapacín en plan reto comprometiendo a su familia!".

Había alguna compensación que nivelaba la cuestión , ya que algún republicano me soltaba otra perrona para que entonara el Himno de Riego con aquella peculiar anticlerical letra: “Si supieran los curas y frailes…” .... Tal y como me lo contaron lo cuento. (Podía haberle quitado la plaza al pregonero).
Veamos las cuatro esquinas de los Juanes:

Doña Juana, las damas primero. Su casa formando esquina con las calles Prieto de Castro y la hoy G. Franco, por donde tenía su entrada con un portal magníficamente alicatado. Con el tiempo, en los bajos de su casa se instaló una peluquería.
Frente por frente la tienda de Juan Antonio del Otero, que a su vez tendría fachada con San José de Mayo, lugar al que amenudo acudía para buscar “el vino de la tierra“ para mi abuelo, cuando ya mi edad posibilitaba el hacer recados. La verdad que me costó entender aquello “de la tierra”; en principio pensaba que podía ser un vino surgido de un lugar así como Fuentencalada.

Toribio, simpático él, (creo que tenía carnicería junto a la sastrería de mi abuelo del lado de Prieto de Castro) me decía: “Vitorino fue a por vino, rompió el jarro en el camino, pobre jarro, pobre vino, pobre culo de Vitorino Lo de Torino era la máxima abreviatura que se permitía en aquellos tiempos. Era mi segundo nombre que aprovechaba el ínclito Toribio para decirme.”Torino, Torino que si te orino te pongo verde” ....... (genial, ¿verdad?;... a mi me gustaba menos...).