lunes, 17 de diciembre de 2007

ASTORGA - Años '30 (5ª)

En la temporada cercana al otoño, los grandes cajones de pimientos llegados de El Bierzo y todo acompañado de un murmullo impreciso de conversaciones, de ofertas y rechazos en el regateo de costumbre.

También en esta plaza había una guarnicionería con un caballo de cartón de tamaño natural en la puerta del establecimiento y que estaba dotado de todos los arneses que allí se elaboraban y vendían: arreos, sillas de montar, todo tipo de correas incluidos los “sobeos” para uncir el yugo al vacuno y al carro. Colleras, collerones, bocados de freno... de todo. Estaba junto a la calle la Estrella donde la carnicería del Sr. Julián, callecita que unía la plaza de Santocildes con la calle de La Cruz.
Plaza de Santocildes donde hoy está situado el monumento del León y el Aguila. Algunos bares ya ofrecían sus servicios al público. Allí estuvo la zapatería de Quirantes y más modernamente el Bar Abella. La tienda de ultramarinos de “los salmantinos” que, si la memoria no me engaña, se requería subir algún escalón para alcanzar el mostrador Allí el fuerte podía ser las bacaladas aunque sí que alguna vez fuí de recadero a comprar un panal de jabón, panal que tenía muchas aplicaciones higiénicas entre ellas el aseo personal pues el Jabón de Olor era un lujo no facilmente disponible para muchas economías. Lo peor del panal era su formato cuadrangular que metido el crío en el balde, cuando te lo pasaban por el espinazo y las costillas, era como si te deslizaras por las escaleras.
El Café Central, donde el ruido de los golpes sobre el marmol con las fichas de dominó podía acompańar a expresiones sobre los naipes, como "arrastro" ó "veinte en bastos"... Al fondo tres mesas de billar concentraba a gente más jóven y el olor del humo de las farias y del aromático café impregnandolo todo. Arriba el Casino con sus timbas, más en reserva, y los bailes en fechas muy señaladas; con los industriales, clase más elevada en la ciudad, alternaban militares destinados en la plaza y profesionales distinguidos; en el lenguaje popular: "gente de alto copete o rancio abolengo" ó "alta alcurnia". El resto de la población se contentaba con el Baile del Sr. Andrés, el de los periódicos, allá en La Muralla; el Sr. Andrés tenía su casa para Santa Clara, casi junto a la carretera general y de la Eragudina.

El Frontón García, camino de la estación, también ofrecía bailes, diversiones musicales, cuando no se celebraban competiciones de pelota. No se si fué más moderno y menos duradero el Frontón Vista Alegre, donde ya con trece o catorce años, jugábamos nuestras partidas de pelota.

Situado en las proximidades de San Pedro de Rectivía, al lado mismo de la carretera que viniendo de Madrid conducía al Puerto de Manzanal, con su ra ta tá ta tá ,como de ametralladora lenta, subía el coche de Villafranca, (creo que ya se llamaba Fernández), coche que funcionaba con lo que entonces decíamos aceite pesado. Venía de León y teniendo su parada en la gasolinera donde estaba el Fielato, apuntaba la dirección por la carretera detrás de la Catedral y bordeando la Casa Cuartel de la Guardia Civil pasaba por delante de la confitería de Reymondez para luego, bajando hacia Sanabria torcía a la derecha subiendo la cuesta en dirección al Cuartel de Santocildes. Tenía otra planta este coche de línea que podía ser un Krupp o Magiros, no lo sé. Muy emocionante el poder viajar en aquel coche. Para mí el de Alvarez que iba a León, era más conocido; o el Beltrán de La Bañeza. Había alguna ocasión que se requerían los coches de punto, como el de Viñambres para ir a Castrotierra o al pueblo de mis abuelos paternos. Otros coches de línea, en la parte superior no sólo llevaban equipajes y mercancías, también un par de bancos para viajeros en la parte delantera. Lástima, nunca conseguí subirme a ellos.


Alguna anécdota se contaba sobre estos vehículos. Así, decían que en cierta ocasión un único viajero de la parte superior, al ponerse a llover, a fin de protegerse de la lluvia se metió en un ataud que transportaba el coche de línea. Alguna parada intermedia propició la recogida de más viajeros que ocuparon plaza en los bancos delanteros. Recorridos varios kilómetros y en una parada más, el viajero acomodado en el interior de la caja de muerto levantando su tapa preguntó "¿Sigue lloviendo?". Cuentan que, impresionados por tan repentina resurrección, descendieron del vehículo sin necesidad de emplear la escala del mismo. Vete a saber la veracidad del hecho!

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